Veinte fotógrafos que deberías conocer
Suele decirse que la fotografía es un arte en constante evolución. Lo es, en la medida que toda nueva percepción no sólo crea una perspectiva idea sobre la idea original de la imagen inmediata — captar la realidad — sino que además, la reformula y la profundiza. Por ese motivo, a pesar de la evidente de esa percepción sobre la fotografía como un arte en transformación continua, es difícil comprender las implicaciones de esa idea. Porque la fotografía, el arte-técnica, es un replanteamiento de lo estético, es una búsqueda de significado en lo visual que trasciende sus meras limitaciones. Se insiste en su inmediatez, se habla de la herramienta al servicio de la visión del fotógrafo, pero pocas veces de la influencia. De la labor creativa del fotógrafo. Y es una omisión lamentable, claro está: el fotógrafo contemporáneo ha tenido que enfrentarse al prejuicio del precursor, del pionero en un arte nuevo, en una visión elemental de una construcción artística que se construye a través del esfuerzo de quien lo asume como propio. Así que la fotografía — como arte, como ciencia — muchas veces carece de sentido a no ser por la visión de sus creadores, de los que han brindado identidad al concepto más esencial de la idea visual que crea y que expresa.
¿Y quiénes serían, entonces, esos creadores influyentes, esos visionarios que han brindado forma y sentido a la fotografía como forma artística y más allá como lenguaje e ideario de lo que asumimos consecuente y veraz? Realizar una lista semejante no es sencillo. De hecho, sé que cometeré omisiones y de hecho, estoy bastante consciente que siempre será una recopilación incompleta, pero según mi interpretación y a la manera de quien ama la fotografía como forma de expresión, son los siguientes:
Henri Cartier Bresson:
Se le considera el Padre de la fotografía moderna. En lo personal lo considero el pionero en comprender la fotografía como una re interpretación artística de la realidad. Y que es con necesidad de capturar “el instante decisivo” Cartier Bresson encontró algo más: esa pura belleza de lo cotidiano, esa pequeña ruptura de la normalidad para crear un instante de pura belleza. Porque para Cartier Bresson, el mundo era una red de complejas interconexiones visuales: pintor antes que fotógrafo supo buscarlas con la paciencia del perenne observador, del que intenta comprender el mundo a través de trazos precisos y encuentra en lo abstracto, una emoción consistente y reveladora. Porque a pesar que el gran Maestro fue famoso por su habilidad para captar la realidad, lo que le brindó un lugar en la historia de la fotografía fue la búsqueda incesante de lo bello, lo exquisito y lo puramente anecdótico. Como fotógrafo, Cartier Bresson dibujó la realidad, la estratificó en símbolos exquisitos que brindaron un sentido profundo a cada imagen. Como fotógrafo, el venerable maestro heredó a la fotografía un lenguaje: esa discreta búsqueda de la intimidad entre lo que ocurre, lo que transcurre y lo que se plasma Una mirada a hurtadillas de la realidad. Ese talento invisible de poner la cabeza, el ojo y el corazón en el mismo momento para encontrar la verdadera belleza.
W. Eugene Smith:
Eugene Smith fue probablemente el primer gran fotógrafo que intento recopilar la llamada “pequeña historia norteamericana” y lo logró con creces. Como reportero gráfico de una multitud de revistas y periódicos de prestigio, recorrió y documentó la Norteamérica secreta, la marginal y lo hizo con una extraña mirada de observador compasivo. Para la historia de la fotografía, sus reportajes de 1939 “Enfermera de partos” y “Un hombre compasivo”, que publicó en la revista Life de ese año y en donde demostró su singular capacidad para contar historias mínimas. También para la revista Life, llevó a cabo el reportaje — publicado posteriormente en forma de libro — Minamata, en el que mostraría al mundo las terribles secuelas que padeció una población de pescadores luego de un envenenamiento por mercurio. El documento visual sentó las bases de lo que sería el lenguaje del reportero gráfico moderno y más allá, la imagen como documento de la realidad y testimonio histórico.
A nivel técnico, sus imágenes mostraron una sutil atención a la estética en la forma del contraste de luces y sombras y por su capacidad para mostrar belleza incluso en las imágenes más crudas. Una expresión formal de la fotografía como arte y técnica al servicio del lenguaje visual.
Man Ray:
Nacido como Emmanuel Rudnitsky fue quizás el precursor del lenguaje fotográfico eminentemente artístico. Y es que para Man Ray, la imagen inmediata tenía un valor experimental y visualmente especulativo, más allá del simple reflejo de la realidad. Quizás se deba a que Man Ray fue además de un prolífico fotógrafo, se consideraba así mismo un artista “creativo por necesidad”. Sus fotografías poseen un profundo planteamiento conceptual y más allá, una visión renovadora de la expresión visual. Sus conocidos ready-mades: “La puericultura II” (1920), en el que una mano se asoma de un bote, o la plancha con clavos que bautizó como Regalo (1921) muestran su especialísima visión del arte visual y su planteamiento de lo surreal como estructura del lenguaje fotográfico, a medio camino entre el pictórico y una visión dadaista de la estética. Dedicado al la fotografía de manera profesional desde el año 1921, desarrolló técnicas novedosas como rayograma y la solarización, que aplicó al retrato, la fotografía de moda y la imaginería abstracta, creando probablemente toda una nueva interpretación de lo que a la imagen fotográfica se refiere.
Diane Arbus:
Se dice que Diane Arbus fotografiaba monstruos. Probablemente ella no llamaría a sus peculiares modelos de esa manera: porque para Arbus, la fotografía tenía la capacidad de construir una visión nueva del género, la sociedad y lo que consideramos normal. Su trabajo fotográfico se basa en esa percepción suya de la cualidad onírica e irreal de lo que consideramos más allá de lo que asumimos como común y fue su manera de construir ese lenguaje de lo inquietante y lo extraño lo que le permitió brindar una nueva profundidad al arte fotográfico. Sus imágenes retratan, a la manera de la observación elemental y carente de opinión de un observador silencioso, a personas inadaptadas y miembros de comunidades marginales. De hecho, hay en su trabajo un método evidente de reconstruir la visión de la fotografía como documento hacia algo mucho más alegórico, un meta mensaje preciso que deja muy claro un mensaje de alineación y sus posibles consecuencias. En su fotografías, no hay diferencias entre los cuerdos — normales — y los dementes, la sociedad Su documentación de manicomios, campos nudistas, freaks, seres deformes, y cocktails de la alta sociedad deja entrever el mensaje de alienación. No hay apenas diferencias entre dementes y cuerdos: una recreación del mundo a través de una visión cultural profundamente desconcertante.
Cindy Sherman:
El trabajo de Cindy Sherman se basa en los rostros, pero no los ajenos sino los que habitan en esa compleja región de luces y sombras de nuestra mente. Tal vez por ese motivo, la fotógrafa no se considere así misma autorretratista, sino algo mucho más depurado e inquietante: Una reformadora de la idea de la imagen. En sus palabras “Me siento anónima en mi trabajo. Cuando miro las fotografías nunca me veo; no son autorretratos. Hay veces que desaparezco”. Toda una declaración de intenciones, una visión elemental sobre la identidad más privada como sujeto fotográfico y más allá, un metáfora en sí mismo.
Porque para Cindy Sherman, el autorretrato no es solo una visión concluyente del fotógrafo frente al lente, sino una exquisita fragmentación de la personalidad de quien sostiene la cámara en imágenes. Y casi ninguna parece tener la suficiente consistencia sin ese elemento que aglutina el significado: Sherman deja muy claro en todas sus fotografías que el símbolo — la metáfora analítica — en sus imágenes, crea una propuesta provocadora y desconcertante. Se le ha llamado feminista, también simplemente una autorretratista obsesiva, pero Sherman — su trabajo — continúa desafiando cualquier definición sencilla: Hay mucho de elaborado discurso personal y sobre todo, evidente creación personal como para que sea sencillo definirlo bajo un solo aspecto. De manera que Cindy Sherman continúa simplemente haciendo lo que mejor sabe hacer: Creando a partir de ese misterio inquietante que intenta descubrir sin lograrlo nunca.
Su propia identidad.
Francesca Woodman:
Woodman nació en un hogar donde el arte era parte de la dinámica familiar: Sus padres, George Woodman y Betty Woodman, eran artistas plásticos que desde muy pequeña le inculcaron el valor de la creación artística diaria, obsesiva y quizás, definitivamente destructora. Como un ego frágil y quizás lastimado por una travesía estética basada en la desconstrucción de su personalidad e imagen, Francesca creó cada día de su vida de su vida hasta su trágica muerte, a los veintiséis años de edad. Su obra es una colección de espléndidas y a menudo inquietantes autorretratos, donde la artista analiza no sólo la dualidad del yo creador y el yo individual, sino que también, reflexiona sobre lo femenino, el dolor espiritual y el desarraigo a través de poderosos símbolos visuales. Sus desnudos etéreos y desgarradores, los juegos surrealistas de planteamientos visuales y su erotismo sutil crearon un estilo único que sobrevivió incluso a su prematura muerte.
Martin Parr:
Se suele decir que las imágenes de Martin Parr incomodan por mostrar la realidad desde lo vulgar, un acercamiento muy poco usual sobre lo cotidiano. No obstante, para Parr, veterano de la fotografía documental y miembro de la agencia Magnum, la cuestión parece ser mucho más intrincada: se trata de crear ficción a partir de lo obvio, de lo corriente y lo vulgar. Siempre muy cerca de la controversia, Parr explora no sólo la identidad del hombre por el hombre, sino también, una idea mucho más profunda sobre la imagen que reformula los espacios y la identidad en general. Para el fotógrafo la realidad puede ser concebida como una reiteración de símbolos y concepciones, tan poderosa como crítica. Y de hecho, es esa feroz visión sobre lo que consideramos normal, lo que hace de la obra de Parr una proclama misma sobre lo simple, lo rudimentario y asombroso de la cultura actual.
Joel Meyerowitz:
Precursor del uso del color en la fotografía documental, creó un estilo propio que se basa en la exploración de grandes espacios y construcciones visuales ambiguas a los que el recurso cromático brinda un significado muy concreto. Con una reflexión visual pausada y metódica, Meyerowitz ha logrado construir un lenguaje fotográfico basado en la búsqueda y la apropiación del paisaje urbano a través de reflexiones subjetivas. Tal vez su trabajo más conocido es el que realizó en la Zona Zero de Nueva York inmediatamente después del ataque de las Torres Gemelas en el 2001, en el que consiguió captar la atmósfera de devastación y dolor de la ciudad en imágenes casi poéticas. Es el creador The World Trade Center Archive con más de 8.000 imágenes, subvencionado por el Museum of the City of New York.
Alex Webb:
Alex Webb ha intentado resumir su concepto fotográfico en la manera en que fotografía: sus instantáneas a color, son reconocidas no sólo por lo curioso del formato sino también, su capacidad para captar un cierto tiempo de tensión visual que suele sorprender al espectador. Acucioso observador, Webb además es conocido por su obsesión con la luz: todas sus imágenes son juegos de luz y sombras tan precisos que logra crear un estilo propio a través de las repeticiones de patrones visuales basados en reflejos y sombras. Autor de decenas de libros como From the sunshine state, ha declarado en más de una ocasión que su propósito al fotografiar no es la búsqueda de la perfección técnica sino el alma de la creación visual. Esa capacidad de la fotografía no sólo para construir ideas complejas sobre el mundo sino además, reflexionar sobre ellas. Para Webb, aficionado no sólo a la búsqueda de símbolos sutiles en lo que suele llamar “la puesta en escena” de la realidad, la luz y el ingrediente humano son imprescindibles para comprender el discurso que cualquier fotografía debe sustentar.
Saul Leiter:
Como fotógrafo, Leiter siempre evitó que su fotografía pudiera mostrar aspectos personales. Lo hizo, con una puntillosa construcción aparentemente objetiva en cada una de las imágenes que captó. Aún así, sus imágenes resultan profundamente íntimas, un análisis conceptual reiterado sobre los espacios, las escenas cotidianas y también, esa noción tan menospreciada en la fotografía actual, como es la observación paciente. Para Leiter la fotografía está compuesta de imágenes que crean conceptos elaborados y concatenados entre sí, por lo que resulta imposible analizarlas desde un único punto de vista.
A diferencia de otros precursores del color fotográfico, Leiter no lo utiliza como una forma de crear argumentos fotográficos básicos, sino que intenta mostrar esa profundidad sutil que el ámbito cromático puede brindar a las imágenes. Una y otra vez, el fotógrafo mira el mundo, no a través de las ideas que perfila, sino las que se ocultan en medio de esa comprensión de la identidad de lo que le rodea, la expresión formal y esencial de la fotografía como documento reflejo de la realidad.
André Kertész:
En una ocasión, Kertész contó que un periodista había insistido que sus imágenes tenían un decidido aspecto onírico, algo que sorprendió al fotógrafo. “Alguien comentó una vez que mis fotos parecían proceder más de los sueños que de la realidad” dijo “sigo sin entender el motivo del comentario. Mi mayor fuente de inspiración es la realidad” . No obstante, la fotografía de Kertész es un juego subjetivo de planos e interpretaciones que crean una versión de la realidad etérea, profundamente expresiva y la mayoría de las veces desconcertantes. Porque Kertész, quien se dedicó a la fotografía casi por accidente — nacido en Budapest en 1894, trabajó por casi diez años como agente de Bolsa — comprendió mejor que cualquier otro fotógrafo de su generación la necesidad insistente de crear un discurso fotográfico basado en lo íntimo. Su mirada es tierna, cándida, incluso traviesa y es esa frescura, casi fantástica, lo que hace a sus imágenes inolvidables.
William Klein:
Pintor, fotógrafo y cineasta, William Klein es un rebelde por decisión artística pero sin la poesía de la contracorriente conceptual. Y es que este parisiense por adopción, ha sabido construir a través de su fotografía una noción sobre la calle, lo espontáneo y lo extravagante que causa continúa sorpresa. Para Klein, la fotografía es una búsqueda de sentido, pero también una reinterpretación de la realidad a la medida del fotógrafo. Y es allí donde Klein encuentra su mayor capacidad expresiva: no hay nada ajeno al lente del fotógrafo, como si la realidad construyera percepciones únicas a través del recurso de la invención. “Hay que filmar las bodas como manifestaciones y las manifestaciones como bodas”, dice a modo de principio estético. Y es esa reflexión la que sin duda sostiene todo su extenso trabajo: desde su visión árida y singular de Nueva York — escenas callejeras en alto contraste que a menudo desconciertan por su violencia y crudeza — hasta delicadísimas escenas de Moda, con un toque Urbano, para Klein la fotografía es un juego. Y uno que juega lo suficientemente bien como para continuar creando expectativa y sorpresa a cada nueva pretensión visual.
Y de ahí quizás que, en 1954, retratara su ciudad natal, Nueva York, como un lugar inhóspito, poblado de extraños e incomprensibles nativos, o su objetivo capté Moscú en 1959 como un lugar atravesado de una extraña placidez y romanticismo. Entre uno y otro proyecto, Federico Fellini le invita a Roma, a asistir a uno de sus interminables, agitados y creativos rodajes, y ese viaje se convierte en un apasionante reportaje sobre la ciudad.
Vivian Maier
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La historia de Vivian Maier sorprende por dramática y casi imposible de creer: por casi cuarenta años, la fotógrafa captó el mundo a su alrededor con un ojo impecable y a menudo sorprendente que probablemente la habría convertido en la mejor creadora visual de su generación. Pero Maier jamás mostró su trabajo: vivió la mayor parte de su vida adulta trabajando como mucama y niñera. A pesar de su evidente pasión por la fotografía, Maier no sólo ocultó sus imágenes sino que murió, sin dejar constancia de su monumental trabajo fotográfico: casi 100 mil rollos sin revelar fueron puestos a la venta en subastas después de su muerte. Es entonces cuando la sorprendente historia toma ribetes de mito cuando se transforma en una pequeña saga artística de consecuencias imprevisibles: el coleccionista John Maloof compró su ingente archivo fotográfico durante una subasta y comenzó a mostrar su obra al mundo. La reacción inmediata: el pulcro, intenso y sorprendente trabajo de Maier no sólo deslumbró a millones de personas alrededor del mundo sino que la encumbró como el mayor descubrimiento fotográfico del siglo.
Actualmente, Vivian Maier es considerada una de las mejores fotógrafas de calle de la historia. Su trabajo — esa casi infinita colección de imágenes en formato cuadrado, captadas siempre a través de una Rollieflex — muestran no sólo la enorme sensibilidad del ojo de Maier para la escena callejera sino una particular mirada a la realidad. En conjunto el trabajo de Maier no sólo construye un discurso visual sólido sino que además, elabora una interpretación sobre la realidad que desborda esa noción de la fotografía como reflejo y documento que debe ser mostrado. Vivian Maier fotografió en la búsqueda de un concepto personalísimo sobre el mundo, aún por descubrir y es quizás, ese pequeño enigma, lo que brinda aún mayor belleza a su trabajo.
Paolo Roversi:
Se dice que Paolo Roversi recuperó el pictoralismo fotográfico y lo combinó con la desfachatez contemporánea, creando un estilo decadente que resulta único en su propuesta. Y es que quizás, el mayor aporte de Roversi a la fotografía actual, sea justamente su capacidad para mezclar la tradicional y antigua belleza del óleo en una reinvención fotográfica única: las imágenes de Roversi — oníricas, trágicas, de una dolorosa belleza — muestran no sólo claras influencias artísticas, sino una estética descuidada y casi tétrica que rebasa la mera intención preciosista en la fotografía de moda. Nacido en Ravena, Italia, Roversi admite que sus grandes influencias son sin duda los pintores renacentistas, pero también, esa visión al borde del desastre del mundo caótico de las bellas artes italiano a finales del siglo XVII. Roversi además, innova en el formato: su trabajo en película Polaroid a gran formato no sólo sorprende por su asombrosa capacidad para construir una experiencia visual única sino conservar un indudable aire de pura expresión artística que lo hace sorpresivo y siempre audaz.
Sarah Moon:
A Sarah Moon se le considera una de las pioneras en la fotografía de Moda actual. No sólo por su estilo levemente lóbrego, sino también por su visión sobre el arte y la estética que mezcla lo contemporáneo con cierta decadencia formal del siglo XIX. Moon reflexiona sobre la moda como una pieza artística, lo que incluye una aproximación visual por completo nueva.
Sarah Moon comenzó su carrera fotográfica a mediados del año 1968 con portadas para la revista Vogue París y en 1972 fue reconocida por el premio Dada — modalidad plata y oro — como mejor fotógrafa de modas. Para Moon, el premio significó no sólo el reconocimiento a sus aportes visuales a la fotografía y a la concepción visual de lo femenino, sino a su insistencia de crear un tipo de planteamiento visual que mezcle la fotografía con una serie de referencias inmediatas sobre lo sensorial. Moon, que define su fotografía como “cognoscitiva” resume su búsqueda como un replanteamiento formal de la imagen: “Desde que comencé, hace casi 30 años, hago la misma foto… Una foto de moda, un vestido, una mujer; o más bien una mujer, un vestido. Fuera, dentro, de pie, sentada, más lejos, más cerca. ¡Qué importa! Me muevo alrededor de la moda, espero el azar y busco la emoción de forma desesperada. A veces envidio a quienes saben fotografiar la vida. Yo la huyo. Parto de la nada e invento una historia. Muchas veces he dicho que nunca volvería a realizar fotografías, pero continúo, y cuando pasa algo y amo lo que veo, todo cambia de nuevo y puedo continuar sumergida en la lentitud de la jornada porque ese momento de belleza existe”.
Alberto Korda:
Alberto Díaz Gutiérrez, también conocido como Alberto Korda, entró a la historia de la fotografía con una de las imágenes más reconocibles e icónicas del siglo XX: el retrato del guerrillero argentino Ernesto “Che” Guevara. La imagen, que de inmediato se convirtió en símbolo de una época, retrataba al “Che” mirando el cortejo fúnebre de las víctimas del atentado Terrorista al barco La Coubre, el 5 de marzo de 1960. La repercusión de la imagen — que muestra al difunto hombre fuerte de la Revolución cubana en una casi mítica plenitud de juventud atractivo — de inmediato convirtió a Korda en una celebridad — . Muchos años después, aún la figura del fotógrafo resulta indistinguible de las implicaciones de su fotografía más famosa. Se le ha llamado “agitador político” e incluso llegó a ser acusado de “apoyar” a la Revolución Cubana gracias a la popularización de una de sus imágenes más memorables.
No obstante, Alberto Korda no es un hombre político ni tampoco estuvo interesado en serlo. Por extraño que parezca, a Korda se le considera el creador de la fotografía de Modas en Cuba y durante buena parte de su carrera, se dedicó a inmortalizar a las mujeres más bella de la Isla. De hecho, en más de una ocasión, el fotógrafo confesó que el peso de la fotografía del “Che” Guevara, había sido excesivo para su carrera. Luego que la imagen se convirtiera en un símbolo de la Revolución, Korda encontró que toda su vida y carrera fotográfica se resumía a su repercusión. No obstante, Korda solía insistir en que se había hecho fotógrafo para captar la belleza femenina y que esa necesidad insistente, se convirtió en la obsesión predominante en su vida.
Fotógrafo autodidacta, Korda documentó tal vez por accidente la época dorada de Cuba y después, los inicios de la revolución. Una combinación en apariencia imposible que sin embargo, parece definir mejor que cualquier otra cosa su trabajo.
Robert Mapplethorpe:
El mensaje visual de Robert Mapplethorpe es tan ambiguo como poderoso: Sus fotografías rozan un tipo de erotismo evidente, pero a la vez, una idea que yace bajo la mera interpretación única. Porque para Mapplethorpe la sexualidad es un vehículo de comunicación, una provocación plena y lo dejó muy claro en su propuesta: Utilizó la creación fotográfica como puerta abierta hacia una expresión de sus propios matices personales, una interpretación del género totalmente nueva para la época. Controvertido, audaz pero sobre todo, constructor de nuevos símbolos visuales y un discurso fotográfico renovador, Mapplethorpe sublimó el escándalo para crear una expresión formal de la belleza.
Construyó su propia expresión de lo estético: En la década de 1980 refina su estética: sus fotografías de desnudos rozan un nivel de expresión y formalismo clásico. Pero la polémica no lo abandona: en 1990, la exhibición “El momento perfecto” , realizada en el Centro de Arte Contemporáneo de Cincinnati, Dennis Barrie, le valió una acusación de “obscenidad y pornografía infantil” de la que fue absoluto pero lo convirtió en un fotógrafo célebre por su capacidad para escandalizar. Y no obstante, quizás el legado de Mapplethorne sea mucho más que eso: La especulación de la identidad cultural como forma de expresión.
Joel-Peter Witkin:
A Joel-Peter Witkin lo precede su fama: esa que le consagró como fotógrafo de lo inquietante, lo temible y lo escalofriante. No obstante, para el artista, su obra tiene mucha relación con una reflexión elocuente sobre la condición humana. A pesar de sus fotografías de cadáveres y cuerpos mutilados, Witkin insiste en que lo que intenta expresar es esa necesidad del hombre de mirar su propia vulnerabilidad: Su interés parece ser el de demostrar el poder de la visión espiritual sobre lo cotidiano. Por supuesto y eso es evidente, para Witkin lo espiritual parece profundamente relacionado con lo grotesco, lo inquietante y lo directamente repugnante. Y es que para Witkin, lo humano es necesariamente imperfecto, doloroso, aterrorizante. Tal vez por ese motivo, su compleja visión del mundo se expresa a través de retratos y pequeñas escenas de lo que podía considerarse al margen de la normalidad: hermafroditas, enanos, lisiados, andróginos, reses muertas, gente discapacitada, fetichistas y en sus palabras “cualquier mito vivo… cualquier persona que lleve los estigmas de Cristo”. Una interpretación de la realidad a través del dolor y una idea tan profundamente visceral que llega al extremo mismo de la provocación.
Richard Avedon:
Para Avedon toda fotografía es un documento personal. En una época donde el documentalismo puro y duro parecía ser la única forma de construir el lenguaje fotográfico, Avedon logró mirarse así mismo a través de su creación artística. Todo un logro que le valió el extraño honor de ser considerado uno de los fotógrafos más influyentes de la historia. Quizás, el mayor mérito de su interpretación fotográfica tenga mucha relación con una necesidad muy personal de adjudicar un sentido a su propia estética, y lo deja muy claro al insistir: “Algunas veces pienso que todas mis fotografías son fotografías de mí mismo. Mi preocupación es … la condición humana; sólo que considero que la condición humana puede ser, simplemente, la mía propia.” Y es que sin duda, Avedon, encontró en la fotografía una manera de hablar sobre sobre la condición humana como símbolo, como una nueva mezcla de conceptos y conclusiones humanistas que le brindó una especial profundidad a su trabajo. Como dijo en varias oportunidades: “Todas las fotografías son exactas. Ninguna es verdadera.”
Y es que Avedon encontró esa grieta quizás misteriosa de la razón artística. Con su método de lograr la derrota emocional del retratado a través de largas sesiones fotográficas, logra lo que muy pocos fotógrafos: Captar el rostro más indefenso y vulnerable del fotografiado. Sus retratos, en apariencia sencillos pero profundamente psicológicos, muestran esa emoción cruda e intacta del espíritu humano interpretado a través de lo artístico y más allá, lo puramente anecdótico. Una expresión sublime de yo.
David Bailey:
Si Avedon fotografió al espíritu libre, Bayle intentó fotografió la sexualidad. O al menos lo intentó, captando una época de escándalos y descubrimientos en imágenes radiantes: La década de los ’60 nunca pareció más sofisticada y poderosa que en sus imágenes. Y eso a pesar que Bailey insistió en reconstruir la realidad en sus propios términos, en mirar el mundo a través de una escandalosa interpretación de lo evidente: “ Antes se podía distinguir a una mujer fotografiada por Helmut, Newton, Cecil, Beaton o por quien fuera. Una mujer Bailey tiene un aire muy distintivo. Es una mujer de carne y hueso, una mujer sexual”, llegó a decir en una ocasión. Y probablemente, tenía razón.
Porque Bailey le dio una nueva identidad a la fotografía de moda, esa que hasta entonces había sido considerada la elegancia como única manera de expresión. Con Bailey, la belleza tiene otro sentido, uno mucho más duro y extravagante, un ideario de pequeñas manifestaciones estéticas que Bailey usa con la sabia consciencia de saberse libre para hacerlo. Tal vez por ese motivo, Michelangelo Antonioni lo retrató como un obsesivo hijo de la nueva era en su película Blowup (1966) con lo que creó un nuevo tipo de criatura artística: el fotógrafo estrella.
Irving Penn:
Tuve problemas para escoger al fotógrafo número veinte, que cierra esta corta lista. Sobre todo, porque siempre parece incompleta, a pesar de quien pueda incluir. De manera que decidí incluir al fotógrafo que brindó a la imagen un estudiadísimo sentido de la estética y más que otra cosa, refinó esa visión del retrato como estudio de la naturaleza humana. Porque Irving Penn, construyó un lenguaje fotográfico que aspiró al arte y que no solo lo logró, sino que expresó con la imagen una idea mucho más profunda. La simplicidad y la sencillez como expresión de una idea sublime y más allá, una interpretación del rostro humano como fragmento de una historia silenciosa y exquisita.
Muy probablemente, lo que mejor define la obra de Penn sea esa búsqueda de una mínima idea de la estética, y lo logró quizás meditando sobre la belleza de una manera que marcó época: la imagen como valor argumental y más allá, una visión conceptual de la forma y el símbolo.