Ver, conocer y sentir a través de la pantalla: Martín Castillo Morales y “Chicas Webcam”Edmara Elisa Jordán
La contemporaneidad ha dejado en el mundo un sinnúmero de tecnologías simplificantes de la vida humana, tantas que ya no son nuestros cuerpos andantes y acalorados los que atraviesan los pasajes materiales de la ciudad sino que con un usuario, un deslizar, un cliquear y linkear ya estamos realizando compras, conectándonos con otros en un mundo desbordado e inmaterial. Esto se debe a que con la introducción de las computadoras, el internet, los smartphones y las redes sociales empezamos a tener una vida virtual alejada de la vida física.
El hombre se presenta a sí mismo, y a su mundo, más allá de la forma palpable y material. Se exhibe a través de códigos binarios –traducidos en avatares, imágenes y cursores– en un mundo digital: el ciberespacio, una metrópolis compuesta por datos codificados en formas arquitectónicas, la cual funge como “un nuevo espacio de comunicación, de sociabilidad, de organización y de transacción, pero también un nuevo mercado de la información y del conocimiento” (Lévy: 2007, 18), en el que se invita a los sujetos a experimentar y explorar los sentidos del mundo tecnológico y digital.
En este sentido, quienes habitan el espacio digital experimentan nuevas formas sensoriales y de comunicación, nuevas formas de percepción y acción alejadas del esfuerzo físico material. Allí, en el ciberespacio, nos hemos vuelto omnipresentes, todos coincidimos y estamos deslocalizados, podemos acercarnos y conectarnos a pesar de que nuestro cuerpo material esté atado a un espacio. Lo privado se hace colectivo y lo colectivo aumenta, ahora somos una aldea global, fracturamos millas de distancias para aferrarnos a deseos y poderes de comunicación masivos.
El planeta se ha convertido en un lugar sin límites, en el cual, “todos los aparatos articuladores de una relación de propiedad con la tierra han decaído. No hay pertenencia de la tierra a nadie, ni pertenencia de alguien a ella. (…) Cualesquiera movimientos se hacen equiprobables, cualesquiera asentamientos posibles” (Brea: 2007, 26). No hay lugar que no sea navegable ni visible para nosotros. No podemos perdernos de nada porque estamos en sincronía con códigos que pueden trasladarse a todo.
No obstante, dentro de este nuevo orden y sus nuevas experiencias no solo asistimos a lo colectivo, a lo comercial, ritual o financiero. No solo socializamos y nos presentamos ante eventos familiares e intelectuales a través de una extensión de nuestro cuerpo traducido en usuario e imagen, sino que también se abre y se expone el espacio de la intimidad y de la emocionalidad individual y de la pareja. De aquella que de estar encerrada en cuatro paredes –separados- ahora tiene la posibilidad de expandirse y acercarse a través de las redes de comunicación.
Y es que en la actualidad se han creado redes sociales para el placer y para el amor, que como ventanas funcionan para retomar relaciones que se han visto truncadas por las distancias geográficas, el trabajo, las guerras, las pandemias o las migraciones. Ahora no importa en qué parte del globo terráqueo se esté o en qué circunstancias, pues siempre habrá un espacio para la comunicación y el encuentro entre dos o más personas. Mediante un ordenador, una conexión y una red social podemos transportarnos hacia donde está el calor, la sonrisa, la mirada y aquello que nos debilita o brinda fuerzas. Y no solo es el estar allí, en imagen, nuestra condición no se presenta con un papel pasivo, sino más bien con un papel dominante, activo, competente y furioso –como diría Joan Fontcuberta–. Hoy podemos tocar el alma del otro con un gesto, una mirada y una sonrisa pixelada, como de igual manera podemos controlar y manipular a las personas, afectándolas y conduciendo sus vidas.
¿A quién acude el sujeto exhausto, atropellado de trabajo cuando está lejos del hogar, del seno del amante? Acude a una pantalla, a imágenes, emoticones y conversaciones que son logradas mediante una red social, una cámara, e internet. La gestualidad, el deseo, el amor, la tranquilidad hoy puede transferirse desde nuestro cuerpo a un simple código, a una imagen, a una pantalla. Esto también sucede en viceversa, la pantalla le transmite al otro lo que la imagen sincronizada de nuestro cuerpo grita. Nos hemos virtualizado, el ciberespacio brinda lugares de encuentros, otras posibilidades de vivir lo que se nos ha perdido o negado, es una oportunidad y una experiencia totalmente renovada.
Experiencia que el artista venezolano Martín Castillo Morales (1976- ) ha registrado en diversas imágenes que señalan la separación de la pareja, sus alternativas de reinvención y el rearme de la fotografía en medio de las distancias y de los nuevos modos de existencia y de comunicación. Y es que lo digital, el internet y las redes sociales no solo están allí para darnos placer o entretenernos, sino también para transformarnos, reinventarnos y conocernos a nosotros mismos de acuerdo a los escenarios virtuales que habitamos.
Castillo Morales asume la escena de la intimidad expuesta y expandida al capturar a diversas féminas y sus relaciones con el espacio y lo otro, al fotografiar los lugares cotidianos e interiores, la naturalidad de la desnudez de la mujer, de ese lado oculto que no debe exhibirse ya que llegaría a convertirse, a juicio de muchos, en una imagen pornográfica. Captura a sus amores, a amigas y a extrañas que llaman a la cámara. No obstante, no siempre lo hace de forma presencial, pues su continuo desplazamiento le ha obligado a dejar cuerpos que solía conocer y percibir a través del lente, pero que ha querido seguir conociendo a través de los nuevos medios y espacios dados por la virtualidad, las redes sociales y las cámaras web.
Es una necesidad insaciable de ver, constituida por la visión del artista, aquella con la que percibe y recuerda, con la que se atreve a explorar su realidad actual y las posibilidades que esta nos brinda en el hecho fotográfico inmaterial, sensorial, expresivo, en el que establece sus relaciones puesto que, mediante el uso de las cámaras web las féminas develan su desnudez y sentimientos sin pudor alguno, permitiendo con ello una mejor interacción y la captura de detalles inesperados o diferentes a los que pueden obtenerse en una fotografía material.
Martín Castillo Morales: De la serie “Chicas Webcam”
(Cortesía del artista)
El artista evidencia que la fotografía inmaterial, la suya, no es una captura y nada más, sino que la misma es habitada por un cuerpo, por un objeto, que nos incita a la búsqueda del deseo centrado en emociones eróticas. Sus intencionadas imágenes refieren continuamente a sensaciones y a sensibilidades determinadas en lo corpóreo digital de la experiencia sexual expresada y generada en la utilización de las videollamadas en las que Castillo Morales encuentra una nueva forma de acercamiento y de manifestación de lo íntimo y personal, de lo erótico. Con ello el artista demuestra que ya no es necesario hallarnos en un mismo lugar geográfico para ver y sentir, sino que se puede estar en la distancia y aun así conocer las sensaciones y los espacios de los otros a través de una imagen pixelada, borrosa, de un sonido claro o confuso.
Martín Castillo Morales: De la serie “Chicas Webcam”
(Cortesía del artista)
Castillo Morales, basado en estas experiencias incorpóreas de lo corpóreo erótico ha confeccionado la propuesta visual “Chicas Webcam”, una serie que fragmenta a las videollamadas en imágenes estáticas, con las cuales el artista nos muestra que a través de las pantallas podemos acercarnos a ciertos espacios de lo íntimo, a personas y a sensaciones. La alternativa brindada al acercamiento con el otro erótico, deseado, es ocasionado en el encuentro del cuerpo, del rostro y de la mirada a través de lo pixelado de la pantalla, de la que surgen preguntas sobre la materialidad de la expresión digital, ya que existe una imposibilidad de conexión entre el fotógrafo y el cuerpo o el espacio que captura ante la ya desmantelada cercanía del mismo.
El artista en su mirada deseante centra las capturas lejanas, posibles de ser logradas en el mundo digitalizado del ciberespacio, libre de limitaciones físicas y geográficas. Mundo en el que se establecen nuevas relaciones con el fotógrafo y su ojo, y de este hacia el cuerpo erótico que observa y captura. Un nuevo ritual que surge de lo deslimitado de las comunicaciones virtuales, en las que se presentan nuevas actualizaciones y transformaciones de los modos de ver, conocer y sentir.
Imágenes dadas por la webcam que cambian poses, que adoptan otras conocidas, pero que en la base de las mismas las actitudes se muestran carentes de pudor al no estar frente al ojo directo del fotógrafo sino del anonimato distanciado y maquínico de la videocámara, que produce distintas afectaciones en el desenvolvimiento de las participantes de la serie. Mujeres que experimentan un acercamiento distinto en el que ellas deciden su desnudez, en tanto cuerpos eróticos que renuevan la forma de ser percibidas por otro, por aquel que las mira virtualmente.
Martín Castillo Morales: De la serie “Chicas Webcam”
(Cortesía del artista)
Castillo Morales, con la Serie “Chicas webcam” visibiliza la posibilidad del acercamiento y de las relaciones eróticas en su intimidad y su sexualidad por medio de un exhibicionismo virtual. Es una experiencia que altera por completo al encuentro físico, pero que expresa a un voyeur virtual que abandona al espacio directo de la mirada y nada más, dado que “(…) allí donde el mundo real se cambia en simples imágenes, las simples imágenes se convierten en seres reales y en las motivaciones eficientes de un comportamiento hipnótico” (Debord: 1967. 6).
Hay una nueva realidad virtualizada de un mundo que ya no es aprehensible con el tacto sino conducido por el privilegio de la visión y de lo auditivo y de las múltiples narraciones que con ambos pueden ser logradas en la generación de conexiones emocionales virtuales, capacitadas para crear puentes con el otro(a), con su intimidad a través de imágenes impalpables, que ahora, en una realidad física desmentalada se presentan como los únicos medios para estar cerca, para vernos y sentirnos cuando el sentido del tacto se ve truncado.
Las “Chicas Webcam” surge de la necesaria proximidad hacia los cuerpos femeninos, de la necesaria proximidad hacia los espacios privados. Expresa las relaciones del artista, su continuidad, la continuidad virtual del romance, el erotismo, o los encuentros sexuales en medio del espacio dado por las redes y las comunicaciones que permite el internet.
Martín Castillo Morales: De la serie “Chicas Webcam”
(Cortesía del artista)
Esta realidad virtual de relaciones desmaterializadas no solo es práctica de países que padecen guerras o migraciones, es un fenómeno global que toca a millones de personas, que han generado nuevas actualizaciones sobre el encuentro con medios acordes a nuestro contexto histórico-tecnológico. La cercanía hacia el sujeto deseado siempre ha estado presente en la historia de lo humano, pues así como antes los amantes se veían cada tres meses y se enviaban cartas para acortar sus distancias, o los fotógrafos tardaban horas en revelar una imagen para ser enviada al ser amado, ahora nos encontramos en contactos virtualizados cada 24 horas por cada 7 días.
Encuentros de forma instantánea, puesto que nuestros sistemas de comunicación lo permiten. Nada nos cuesta estar cerca del otro, somos líquidos, nos deslizamos en todo. No nos perdemos nada de la vida del otro, conocemos habitaciones, cuerpos, risas. No hay localizaciones. Nuestra condición es inmaterial. Es un orden que ya Jean François Lyotard (Versalles, 1924-1998) había señalado en el siglo pasado con Les immatériaux (1985), donde se hace notar que nuestra música, nuestro arte y nuestros cuerpos se han entregado a lo digital e inmaterial de los ordenadores, las imágenes y los audiovisuales.
Ahora solo debemos vivir y explorar lo que tenemos en frente y a la mano. El tacto físico va quedando en el pasado cuando la máquina se apodera de nuestro cuerpo y nuestro tiempo. Somos inmateriales. Mañana no sabemos dónde estaremos o quiénes seremos, por lo pronto habitamos la pantalla, la máquina, la imagen. La mejor metáfora es Charlot en “Tiempos Modernos”, damos vueltas en un gran sistema, ahí vivimos, ahí soñamos y trabajamos.
Referencias
- Brea, José Luis (2007): Cultura_RAM. Mutaciones de la cultura en la era de la distribución electrónica, Cibercultura, Barcelona, Gedisa.
- Debord, Guy (1967): La sociedad del espectáculo, París, Editorial Buchet-Chastel.
- Fontcuberta, Joan (2016): La Furia de las imágenes: Notas sobre la postfotografía, Madrid, Galaxia Gutenberg.
- Lévy, Pierre (2007): Cibercultura: Informe al consejo de Europa, Barcelona, Anthropos.